El cuento de nunca acabar

(SEGUNDA PARTE)

Al día siguiente recibí un mensaje de WhatsApp desde un número desconocido. Al abrirlo supe que era Fernanda Tapia enviando una disculpa que rayaba más en el mainsplanning, empezando porque yo no le había dado mi contacto. Bastó leer solo la primera línea de aquel intento de aclaración para saber por dónde iba la tirada.

Textualmente Fernanda Tapia atribuye que su expresión racista fue malinterpretada pues se trataba de un sarcasmo, muy característico de ella, por cierto. Tomé la decisión de transcribir el mensaje y compartirlo resaltando algunas partes, con el propósito de incentivarr el discurso y el lenguaje para entender conjuntamente donde estriba el problema

Efectivamente ayer entrevistando a Poder Prieto, sentí que no se entendió el sarcasmo. Ni en la confesión de las organizaciones, ni al ejemplificar, por ejemplo, como se expresaban las agencias publicitarias. Al decirle a un chico de cabello con rastas que como él era alguien de “tez oscura pero exótico en su peinado”, entonces lo iban a contratar hasta para mesero en Cancún. (Cosa que no sucedería con alguien de rasgos indígenas y apariencia indígena). Después que tú explicaste oportunamente que usar la palabra exótico era también racista, yo abundee en el tema. Me parece que al integrante de Poder Prieto le quedó claro pero no a la otra chica. Incluso le dije a él más en corto, que me disculpara si no se había entendido correctamente.  Nuevamente me disculpo. Ya saben como tengo el humor tan ácido y sarcástico.

            Si revisan mi trayectoria y programas diversos, creo se entenderá más mi postura real y hasta mi activismo.

Fernanda Tapia

Decidí no responder y en su lugar compartir el mensaje con André. Me pareció muy interesante que la disculpa estuviera dirigida a mí cuando el comentario fue dirigido a nuestro compañero, en todo caso, era él era prioridad para extender cualquier tipo de explicación. Este mensaje no hacía sino empeorar las cosas e incrementar mi enojo, pero no me sentía con la disposición de responder, hasta cierto punto lo percibía provocativo.

            Inconforme con la no respuesta, dos días después, el lunes 29 de noviembre a primera hora recibí otro mensaje

Bueno, aquí voy de nuevo. Aunque me parece que siendo yo “la acusada” debería poder exponer mi casi ante su grupo. Al hablar de mi humor ácido, me refiero precisamente a encarnar al publicista “que discrimina” al hablarle al compañero de Poder Prieto. No hablaba yo sino “el malo”. Dado el ruido y que no veía hacia ustedes. Solo hacia el joven definitivamente entendieron otra cosa. Penoso. Pero hace años que NO HAGO CHISTES NI ESCARNIO de ningún grupo en situación de vulnerabilidad. Es difícil explicarse claramente por escrito también.

Opté por dejarla en visto. Otra vez.

El leitmotiv o la intención detrás de la acción

Cuando estudiaba teatro mi maestra de actuación siempre nos insistía mucho en que prestáramos atención a lo que estaba detrás de cada palabra para poder identificar las emociones correctas. Más de una vez repasé lo acontecido en la entrevista sumándole los mensajes para tratar de elaborar una versión más amigable, menos rígida. No lo logré y no fue por falta de disposición o por una incapacidad para comprender las cosas, mucho menos por un empecinamiento revictimizante, lo hice porque en cada una de las relecturas brotaba esa intención detrás de la acción, la intertextualidad violenta. Lo que encontré fue una persuasión y un intenso apego por el negacionismo, una terquedad, pues, de defender el prejuicio.

            La obstinación de Fernanda Tapia me remite a esa exclamación tan popular que en algún momento de nuestra vida hemos escuchado Yo no soy racista, pero… y lo que deviene después es un cúmulo de justificaciones que empeoran la sensatez. ¿Cuál es la intención detrás de la acción? En primer lugar, hay una marcada insistencia por señalar que todo fue una exageración de nuestra parte porque en el imaginario de la conductora, carecemos de un sentido del humor.

Lamentamos la desilusión que causa no reírnos de las violencias que ejercen sobre nosotros, pero es que esa es nuestra historia de vida y es parte del estereotipo cultural que recae sobre la identidad negra no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van volando. En segundo lugar, en su argumento nunca figura una posibilidad de aceptar el error, o de comprender el origen del desacuerdo, simplemente se subraya un yoísmo absurdo y ególatra. Yo entendí perfectamente que ese publicista “malo” que encarnó la conductora no era más que su propio inconsciente, porque esas prácticas de violencia simbólica son uno de los vicios más arraigados de la conducción televisiva mexicana, pues pareciera que el estar frente a cámaras recrudece el deseo de dominar al otro, ya sea a través de la humillación, la folclorización o la exotización, claro, siempre y cuando ese otro sea un sujeto racializado, porque de no ser así, estoy segura que hasta el personaje más sarcástica trataría de elaborar alguna intervención más concienzuda.

Por último, con mucho desencanto reafirmo que las brechas de representación siguen cavando profundidad, marcando las distancias para recordarnos que la permisividad también es voluble. Yo no acepto que alguien con tanta trayectoria en el «activismo» y con una amplia experiencia en medios de comunicación apele a que no es posible explicarse bien a través de un mensaje escrito. Quizá para algunos esto suene intolerante, pero para mí tiene todo el sentido del mundo porque a las personas racializadas siempre se le ha sobre exigido congruencia, claridad y precisión en para expresar lo que le interpela. Así es como hemos arrebatado espacios, aprendiendo- a punto de deslegitimaciones- a defender a nuestra palabra y nuestro sentir.

Autora: Ana Hurtado