Mi vida ha sido color negro

La activista Daniela López Carreto. Foto: Hugo Arellanes Antonio

Me encantaba escuchar el cuento “Niña Bonita” de Ana María Machado, una y otra vez, después de clases o antes de dormir y lo mejor era que mi mamá siempre estaba dispuesta, porque también se identificaba con la niña negra y bonita.

El color negro siempre ha sido parte de mi vida porque mis ancestras, abuelos, mamá, tías y tíos, hermano y algunos primos son negros. Yo soy negra, siempre ha estado presente la negritud y fue hasta la Universidad que un chico mestizo, de tez blanca, se atrevió decirme: “¡Esa negra!”.

Cuando leí la poesía de Victoria Santa Cruz “¡Me gritaron negra!” sentí consternación: coincidía con muchas partes de mi vida y los ojos estaban llenos de lágrimas; en este momento, recordé episodios de dolor, de odio, de miedo, de fortaleza, de empoderamiento femenino, de orgullo por ser negra, por venir de un pueblo negro, de una raíz negra, por ser afrodescendiente.

Cuando empecé a entender mi identidad negra, es decir mi afromexicanidad, me tropecé con la frase: “En México no hay negros”. Entendí por qué al color negro se le tribuye todo lo malo y eso incluye todos los malos chistes, es decir, entendí que soy parte de una sociedad racista.

Con el paso del tiempo es más y más visible las formas en que soy racializada y exotizada por ser negra. No importa el lugar, la ocasión, las personas que lo presencian o lo escuchan, no importa nada, solo caben las dudas de otras personas no negras respecto a mi existencia, vida, origen, suerte a mis limitaciones, todo eso desde la imprudencia, desde la ignorancia, desde incongruencia, aunque a veces todo termina con una sonrisa falsa de mi parte o con un: ¡NO toques mi cabello!

Después de conocer a Suyapa, una mujer negra, Garífuna de Honduras de unos 65 años, pedí un deseo: conocer a otras mujeres negras. En el siguiente verano conocí a siete más en el hotel “El Sahara”, en Tucson, Arizona.

La colombiana era la más segura de todas; la hondureña era hija de la amiga de Suyapa (esto fue una coincidencia del destino, si creen en él) y su belleza era radiante; la dominicana era la más dulce y abierta, la que me ayudó a seguir en mi proceso de liberar mi cabello rizado y negro.

Podría ser más descriptiva, sin embargo, la conclusión de este encuentro deseado fue que éramos mujeres negras empoderadas, dispuestas a seguir enfrentando a la América racista que por ser negras nos priva de muchas cosas, menos de la libertad por la que lucharon nuestros ancestros y si tenemos la libertad lo podemos tener todo.

Hace más de un año, en el aeropuerto de Acapulco me preguntaron si hablaba español, en el mismo aeropuerto me revisaron la maleta junto con otros dos amigos negros. En fin, una fila de negros “sospechosos”.

¿El negro es un color?

Recuerdo la clase de artes de la secundaria y si tuve clases de artes fue por suerte, no por privilegiada. La maestra nos explicaba que el negro no era un color y grabé eso en la memoria. Varios años después una fotógrafa interesada en la piel negra, siendo blanca y también cuestionando su color, vino a Coyolillo, más tarde montó una exposición fotográfica en el Centro Cultural, lo curioso es que se llamaba “Negro no es un color”, aunque ella es blanca y el blanco tampoco es un color, el primero absorbe la luz y el segundo la rechaza, como saben ambos no aparecen en un círculo cromático.

Si hablamos de piel blanca y de piel negra surgen mil anécdotas de racismo de blancos hacia negros y podemos recordar los cientos de veces que he escuchado que las blancas son más bonitas.

El negro: “Trabaja como negro, las mujeres negras son calientes, los negros aguantan más, los negros son ignorantes, los negros no pueden aspirar a más, los negros son feos, los negros son pobres, los negros deberían regresar a África, los negros no deberían de existir”. Puff ¡Cuánto odio! ¡Cuánto racismo!

El título podría parecer que mi vida ha sido triste, con desgracias y muy desafortunada, porque nos han dicho que todo lo negro es malo. Sin embargo, mi vida ha sido alegre, precisamente por el origen negro. Aquí importa el baile, la danza, la fiesta, la comida, la solidaridad y la forma de vestir desde una cosmovisión afro.

Amo ser negra y no olvido la historia negra, la deshumanización del pueblo negro, porque la sangre no olvida y eso no quiere decir que mi sangre es negra, mi sangre es roja (hasta eso me han dicho, que si tengo la sangre bien negra).

En los últimos meses he soñado con gente negra que no conozco, he estado en campos de pueblo negros libres de otras épocas; también estuve en la parte trasera de una casa grande donde había personas esclavizadas y me daban a probar okra (una verdura de origen negro que ni sabía que existía).

Dicen que las mujeres negras difícilmente encuentran el amor, porque somos visibles y a la vez invisibles. Después pienso en el amor que surge entre Celie y Shug en la película “El Color Púrpura”.

Autora: Daniela López Carreto