Mi abuela le grita fuerte a mi madre: «¡Ve por tus crías, que no ves que el arroyo va a crecer
y puede llegar a tener el caudal de un río! En una de esas se lleva a alguna de tus hijas, a
Griselda, María Luisa, Guadalupe…».
Mis primos, hermanas y yo corremos; llevamos la ropa, los pies, el cabello, mojados por los juegos.
«¡El río, quiero ir al río!», grito a modo de petición.
«Matula está lejos, al pasar ya podemos encontrar los cafetales», responde mi madre.
«Allí no pueden ir ustedes, crías. El río caudaloso las puede arrastrar y llevárselas», murmura mi padre.
El pueblo Mecapala se ubica en la sierra Huasteca de Hidalgo, tiene escasas actividades económicas y, por lo tanto, migrar se convierte en la única opción, ya sea rumbo a la ciudad capital o al cruzar el río Bravo.
Hay personas que deciden migrar cerca del terruño, en el Estado de México, en el municipio de Ecatepec, cerca de Pachuca, Hidalgo. Así, la tristeza de estar lejos de la tierra no es tan grande, sólo se toma un camión y en unos pasitos se está de nuevo en Hidalgo, aunque lejos de la sierra Huasteca.
La población indígena habitante es considerada como población migrante, de acuerdo con el censo del Consejo Estatal de Población.
“Hace unos días, drenaron el río. Sacaron varios cuerpos, todos de mujeres…, allí las avientan, porque nadie se toma el tiempo de sacarlas” dice Hermelinda, una de las amigas de mi hermana. Ella vivía a un costado del llamado río de los Remedios.
El río que atraviesa las dos entidades más pobladas de México, se caracteriza por lo sombrío de lo que pudiéramos llamar caudales que en ocasiones también arrastra cadáveres como desechos.
Foto y texto: María Luisa Camargo Campo