Han sido tantos los rostros de las mujeres que han marcado surcos de historia, unas más y otras menos. Pero el hecho es que construimos constantemente tenates de historias, tejavanas que resisten y resguardan las miradas y sentires, los olores y sabores, inclusive, los discursos magistrales que nacen de la charla con nuestro entorno inmediato.
Las memorias que me surgen al escribir estos párrafos me remiten a pensar en aquellas grandes mujeres que nos antecedieron, me detengo y pienso en las fortalezas y temples que desarrollaron las abuelas, mis abuelas, ante todo tipo de condiciones adversas.
Cuando me pidieron que escribiera acerca de una mujer indígena inspiradora, pensé de inmediato en lo complicado que esto puede ser para mí, de sobra sabemos que no sólo hay una mujer, sino muchas mujeres que han sido fuentes de nuestra inspiración. Así que haré algunas reflexiones a manera de homenaje y reconocimiento a lo cotidiano, a la resistencia y pervivencia.
Mientras cenaba en una choza en medio de un bosque espeso casi selva, una familia ayuujk me atendía en mi quehacer como promotora educativa. Como una noche cualquiera me invitaron a cenar alrededor del fogón de leña nos sentamos en espera de nuestro alimento, pero el cuerpo cansado de doña Julia retumbaba en mi mente.
Sus pies cansados revelaban el esfuerzo que le significaba para dirigirse hacia la cubeta galvanizada, ahí donde los frijoles habían sido guisados; aún en procesos de preparación.
Ella le preguntó a la familia qué porción debía de agregarle de aceite para que tomaran un buen sabor y para que la familia tuviera alguna idea de cuanto aceite quedaba, puso el bote de la grasa a contraluz. El fogón dibujó una silueta tenue que le reveló a la concurrencia que de contenido quedaba menos de un cuarto.
Como toda una mujer constructora de paz y diálogo, escuchó la opinión de cada integrante, esa noche ganó el pequeño Andrés, quien era mi alumno, entusiasmado le dijo a su mamá: “¡Échela todo mamá, para que los frijoles sepan ricos, por favor!”.
Esa cara de emoción por unas gotas más o unas gotas menos, me llevó a pensar cómo algo tan básico para mí, en ese momento, era para la familia un bien gastronómico de valor y que su consumo podía dibujar rostros de felicidad cual fueran dulces de piñata.
(Mañana segunda parte)
Por: Liliana Vianey Vargas Vásquez