Daniela Gómez Javier
El origen de esta conmemoración de cada 25 de julio tiene lugar en el año 1992, cuando mujeres provenientes de 32 países de América Latina se reunieron en República Dominicana como un acto planificado para encarar el racismo y sexismo desde una perspectiva de género, proclamándose como mujeres afrodescendientes y declarando este día como Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente, también llamado Día de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora.
Las implicaciones de conmemorar esta fecha en México son realmente retadoras y necesarias, al tratarse de un país con manifestaciones machistas y racistas sumamente arraigadas y difundidas. Por ejemplo, al mismo tiempo que se niega la presencia del racismo en el país, se niega también la existencia de la población afrodescendiente, de la que no existe siquiera un reconocimiento pleno y políticas públicas efectivas dirigidas a tal población, que vive mayoritariamente en condiciones de invisibilización y con recursos y servicios limitados.
Aún y cuando los orígenes de esta población se remontan a la época de la colonización en la que los españoles introdujeron personas africanas esclavizadas en lo que en aquel entonces se denominaba la Nueva España, fue apenas en el 2015, a través de la Encuesta Intercensal elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, que se obtuvieron las primeras cifras oficiales sobre la población afrodescendiente en México. La encuesta arrojó que un millón 381 mil 853 personas se autorreconocen como afrodescendientes, es decir, el 1.2% de la población total del país; y de estas, 51% son mujeres.
Es importante reconocer la existencia de la interseccionalidad entre los diferentes sistemas de opresión que existen en la sociedad mexicana, los cuales convierten factores como el sexo, raza, género, clase, sexualidades, etc. en estructuras de jerarquización, dependiendo de las condiciones múltiples en las que cada persona se encuentre, y en este caso en específico, las mujeres afrodescendientes.
Estar conscientes de esta interseccionalidad permite entender de una manera más realista las condiciones en las que, históricamente, las mujeres afromexicanas han sido colocadas, predominando la precariedad de servicios, tanto educativos, como de salud y otros servicios básicos, además de la subordinación y acotación de sus oportunidades al ámbito de crianza y doméstico, así como a la hipersexualización racializada de sus cuerpos.
Ante tales realidades, es inevitable reflexionar sobre la necesidad de emprender acciones concretas que fomenten la transformación de estos tejidos sociales y culturales basados en discriminación, a otras maneras de convivencia que no solo permitan, sino que también fomenten el bien vivir, el reconocimiento de sí mismas y entre todas en las comunidades afrodescendientes, así como la exigencia a los organismos del Estado respecto a los recursos necesarios para tales acciones.
El Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente es una de tantas oportunidades para reunirse, rememorar en colectivo lo que se ha logrado y fortalecer los tejidos para continuar la resistencia, el reconocimiento, la visibilización y las acciones efectivas para el bienestar de las mujeres afrodescendientes en México.