*Luz María Bravo Fuerte
En el taller “Una mirada para el cambio: derechos humanos, comunicación, género y paz» se habló sobre temas fundamentales que apuntan a un cambio de percepción acerca de las transformaciones urgentes que se requieren como sociedad y como individuos.
Un punto central de reflexión giró sobre la importancia de garantizar el pleno ejercicio de los derechos humanos para aspirar a una transformación incluyente que muestre distintos caminos para alcanzar y disfrutar de una sociedad más justa y digna. Para lograrlo, es necesario sanar las deudas históricas, entre las que destacan: los derechos de las mujeres y los derechos de los pueblos indígenas, así como conocer las reivindicaciones en voz de algunas de las actoras y actores, de los movimientos feministas y de los movimientos de defensa de los territorios y la biodiversidad encabezada por los pueblos originarios.
Lo anterior, llevó a las asistentes a revisar una de las propuestas más interesantes del taller: El feminismo comunitario que fortalece los principios básicos que representan el fundamento de todos los derechos: el derecho a la vida y el derecho a la dignidad humana.
Las mujeres indígenas desde su cosmovisión defienden que los bienes naturales no deben ser mercancías porque representan el sustento para la reproducción de la vida.
Ellas, de manera ancestral, han mantenido un especial vínculo con la naturaleza y sus ciclos, su conexión con los elementos y con los frutos de la tierra, lo que ha permitido una acumulación de saberes que les da fuerza y las dota de una cosmovisión. Además, las mujeres son las principales custodias y transmisoras del conocimiento tradicional.
A pesar de su importancia, las mujeres indígenas han sido sometidas a diferentes tipos de violencia. La movilización que han iniciado plantea la factibilidad de construir renovados procesos de paz en las comunidades y en la sociedad en su conjunto.
Desde ese punto de partida, el feminismo comunitario aporta elementos indispensables para la construcción de paz, permite ampliar la mirada y enfocarse en la posibilidad de un cambio más profundo en lo individual y en lo colectivo, haciéndole frente al individualismo, que tanto ha dañado el tejido social. No se trata de una teoría más, se trata de una acción política que defiende la vida y muestra el camino hacia una calidad de vida plena con dignidad humana. De ahí la importancia de defender el territorio, la biodiversidad, la sabiduría ancestral que conecta al ser humano con la naturaleza, con una cosmovisión y cosmogonía que le da otro sentido a las palabras y a los significados, todo esto en pro de una cultura de paz.
Es una paz que aspira a la unidad y a la reciprocidad. Que muestra la importancia de reapropiarse de los significados, epistemologías y saberes enmarcados en las lenguas de los pueblos originarios. Es parte del movimiento de Abya Yala, como una forma de posicionarse frente a la imposición de las culturas dominantes.
El feminismo comunitario está basado en los valores que unen a pesar de las diferencias sociales, culturales, económicas o de género, sobre las cuales se justifican las profundas discriminaciones que permean en lo cotidiano y en las estructuras del sistema político-económico y cultural dominante. Descolonizar los fundamentos de dichas discriminaciones, incluyendo aquellas develadas por el feminismo occidental, implica desmontar las raíces más profundas del patriarcado, para evitar que se vuelva a reciclar.
Éste no es un camino fácil. Como sociedad permeada por los valores occidentales, no solo hay que responsabilizarse de la deuda histórica con los pueblos originarios y, sobre todo, con las mujeres. Existe un continuo intento de exterminio como individuos, pueblos, culturas o territorios desde la colonización hasta los Estados-nación modernos, mediante el uso de la fuerza o mediante los distintos modelos “civilizatorios”, “integracionistas”, “desarrollistas”, etc., a pesar de esto existen pueblos que han logrado resistir frente al modelo expansionista del capitalismo neoliberal.
El feminismo comunitario forma parte de esa resistencia y se nos presenta como una propuesta para construir una sociedad basada en la defensa de la vida, del “bien vivir” o “vivir bien”. Una alternativa que no se centra en la violencia, en la mercantilización y privatización mediante prácticas expansivas y agresivas sino en la defensa de la vida, la reciprocidad y el bien colectivo, fundamentos indispensables para la construcción de paz.
La construcción de paz también se tiene que replantear desde los pueblos originarios que han sido permeados por el sistema de dominio y que los ha mantenido sometidos en “aras de la paz” mediante diversos modelos de integración. El feminismo comunitario permite volver a colocar los principales valores que conectan al ser humano con modelos a favor de la vida, que abordan la paz desde otra cosmovisión, que valora y fortalece la paz interna y la paz colectiva, la paz con la naturaleza, con sus elementos y sus recursos. En suma: volver a colocar en el centro la sabiduría ancestral para vivir bien y en paz y, en congruencia, incrementar la capacidad de ver al “otro” como semejante.
Si nos queremos sumar a ello, hay que empezar a construir nuevas narrativas de paz desde lo colectivo y dejar de ver la transformación desde el conflicto, desde la violencia o el fatalismo, tal como se propuso en la sesión dedicada a las estrategias de comunicación para la defensa del territorio[1]. La paz es una decisión y, como tal, es menester responsabilizarse de ella.
Tener estrategias de comunicación cada vez más creativas, nos permite ampliar este cambio personal e incidir para llevarlo a más personas, nos abre la posibilidad de sumarnos a redes para potencializar la posibilidad de la paz. Un canal de comunicación muy poderoso es el arte, con inmensas formas creativas de acción y de comunicación.
La comunicación implica construir toda una nueva narrativa: un discurso frente al poder, desde los valores y esquemas epistemológicos que propone el feminismo comunitario. Es un camino que hay que ir construyendo paulatinamente, al tener en cuenta las transformaciones que se quieren lograr alejados de la noción capitalista de progreso y desarrollo que se ha tornado inviable, genera pobreza, sufrimiento y vacío espiritual. Esto nos da la esperanza y posibilidad de ser partícipes en la construcción de una cultura de paz que conduzca hacia una vida más digna.
*La autora es antropóloga social y se define como «amante de lo diferente, lo que permite conectarnos a nuestra esencia». El artículo de opinión se derivó del taller “Una mirada para el cambio: derechos humanos, comunicación, género y paz» impartido por Guadalupe Martínez Pérez en el Museo de la Mujer, de agosto a septiembre de 2019.
[1] Cruz C. Blanca H. y Huerta V. Erick. Guía para el diseño de estrategias de comunicación para la defensa del territorio. Redes para la Diversidad, Equidad y Sustentabilidad, A.C., Sertull, Citsac y Friedrich Eber Stiftung, CDMX, 2019.