Cuando llegas a un lugar como la Ciudad de México, donde habitan 10 millones de personas, te vuelves una más, no sabes hacía dónde caminar, ni a quién preguntar y la soledad te invade, narran las integrantes de Iranu, una red de mujeres indígenas migrantes que nació desde una necesidad de acompañarse y acompañar a otras mujeres para mantener su identidad.
Las integrantes de Iranu, sueñan y trabajan por conectar y hacer comunidad con otras mujeres indígenas que han migrado a la ciudad, que se encuentran solas sin ninguna red y con poca información, pero que pueden ser acompañadas para afrontar la vida de una manera más amable.
Las mujeres reconocen que las condiciones en las que habitan en la ciudad, les ha unido, pues comparten las dificultades de vivir solas, de poder moverse en la ciudad, frente a ello, han gestionado nuevas habilidades de comunicación, además de cuidados en seguridad y violencia.
Uno de los pilares que las sostiene es trabajar desde el fortalecimiento de su identidad indígena. Cuentan que, al llegar a la ciudad, sentían que su identidad se desdibujaba, como si no existieran, “y desde ahí atravesaron un montón de conflictos”.
“Al entrar a la universidad hemos pasado por una crisis identitaria, muchas no saben cómo nombrarse. Porque ya no estaban en sus territorios, se encontraban lejos de su comunidad, de su familia”, dice Pamela Ponce, purépecha.
Al estar lejos, también los miembros de sus comunidades les han señalado de dejar de ser parte de sus territorios, “ellas ya no están aquí, ellas ya se fueron”. Pamela señala que reconciliarse con esas vivencias ha sido un proceso arduo y constante, que han procurado trabajar en algunos talleres de la red.
Para muchas de las mujeres migrantes, el tránsito de la comunidad a la ciudad, implicó vivir la presión de la comunidad. Al ser mujeres, los retos van desde cuestionar las razones de su salida, hasta esperar su regreso para contraer matrimonio y ejercer una presión constante para reinsertase en los roles establecidos. Aunque sean mujeres universitarias la expectativa social es que ellas van a la ciudad por un tiempo, pero al volver deben contraer matrimonio, tener hijos y participar en la vida comunitaria, sin necesariamente ejercer su profesión.
Muchas de las mujeres que emigran, han roto patrones en ser las primeras en salir a estudiar, en llegar a la universidad, lo que les ha permitido vivir bajo otras circunstancias. Muchas de ellas han logrado una autonomía económica, misma que sus madres, abuelas e incluso hermanas mayores no tuvieron.
Desde este otro ámbito de acción se aprecian otros retos, por un lado, buscan desarrollar un perfil profesional sin perder su identidad y acoplarse al mundo laboral. Se cuestionan si al insertarse en los espacios laborales deben o no ocultar su identidad indígena para no ser discriminadas o, si por el contrario al asumir abiertamente su identidad pueden significar la cuota de inclusión en las empresas o dependencias.
Derivado de las muchas sesiones de discusión, consideran que su identidad cultural, es una fortaleza y una posibilidad de abrir sitios en aquellos espacios a los que antes las mujeres indígenas no llegaban.
Las integrantes han transitado de la vida universitaria a la vida laboral por lo que también han retomado este tema como crucial. En este contexto, buscan desarrollar herramientas que les permitan insertarse al mercado laboral, conocer sus derechos laborales, identificar propuestas falsas, buscar vacantes adecuadas a los perfiles de cada una, para ayudar a otras mujeres.
La red también trabaja en la difusión de los derechos humanos de las mujeres, violencia de género, derechos sexuales y reproductivos. Así como primeros auxilios jurídicos.
En los cinco años que llevan caminando como colectiva, sus integrantes se han enfrentado a diversos retos, para acompañarse. Uno de ellos se refiere a las diferentes actividades de las integrantes, algunas están concluyendo sus posgrados, otras están de lleno en el ámbito laboral.
Sueñan que la colectiva sea un proyecto del buen vivir para cada una de ellas. Buscan llegar a más mujeres indígenas que habitan de formas diversas en la ciudad, no solo acompañar a las jóvenes universitarias, sino tender puentes con aquellas que vienen a trabajar como empleadas domésticas, en el comercio o en otras actividades.
“Una motivación importante es saber que no estamos solas. Saber que hemos construido un espacio en el que se pueden dialogar, en donde se pueden compartir vivencias, reflexionar y hablar de temas que van más allá de la escuela”, añaden las integrantes de la colectiva.
Texto: Alejandra Javiel, mujer Ngiva de Puebla