*Sarahí Franco
El mantenimiento y la consolidación de la paz son parte de los objetivos principales de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La tarea de la ONU de prevenir los conflictos y poner de acuerdo a las partes implicadas es un proceso de paz se encuentra establecida en la Declaración de los Derechos Humanos y, por lo tanto, las garantías individuales deben ser afianzadas por el Estado.
Sin embargo, ¿qué pasa cuando los individuos no están enterados de esto?, ¿cómo se manifiesta la paz en nuestras vidas?, ¿qué es la paz? El concepto de paz puede ser entendido como un estado de tranquilidad, ausencia de guerra, hermandad, justicia o armonía. En concreto: lo opuesto a la violencia. Sin embargo, el poder es el que ha llevado a segmentar a la humanidad.
Una de las divisiones de poder más antigua es entre la mujer y el hombre. Aunque de manera anatómica somos distintos, juntos somos capaces de generar la vida. Eso debería ser suficiente para reconocer, apreciar y celebrar las diferencias. Sin embargo, se han menospreciado las habilidades de las mujeres al ser los hombres quienes deciden, dirigen y establecen las normas para ellas.
Desde niña aprendí de memoria que la base de la sociedad es la familia. Ahora, si me detengo a observar a los núcleos familiares que me rodean, incluyendo la mía, me doy cuenta de la presencia de gritos, golpes, discriminación, indiferencia, dolor, miedo, manipulación, ignorancia y, peor aún, la normalización de todo esto, que lleva a un camino opuesto a la paz.
La idea de que el hombre es superior a la mujer ha trascendido, de manera generacional, durante siglos y es difícil erradicarla de raíz porque las creencias religiosas y culturales la respaldan y colocan a las mujeres a la sombra del poder dominante ya sea representado por los padres, esposos, hijos, hermanos y gobernantes, en general, hombres que se niegan a reconocer la dignidad femenina.
Las mujeres queremos dejar de ser esa sombra, deseamos “salir a la luz”, ser visibilizadas, que nos escuchen, que nos reconozcan y que nos respeten, para ello, primero necesitamos tener amor propio. Desde niñas, aprendemos a amar a los demás, a darlo todo por amor a nuestra pareja, a nuestros padres, a nuestros hijos, pero no nos enseñan a amarnos, y crecemos al servicio de los otros sin cuestionar, por que asumimos en automático un rol de género asignado cultural y generacional.
Durante décadas, las mujeres se han organizado para redefinir ese rol y defender sus derechos. Gracias a esta lucha y sus logros, hoy podemos estudiar y desarrollarnos de manera profesional en áreas que antes eran impensables. Sin embargo, el trabajo no ha terminado porque la ignorancia impera en muchas regiones del mundo.
Hay grupos que han sido aislados por los líderes poderosos, como la lucha de las comunidades indígenas para ser reconocidas. Son las mujeres de estas zonas, quienes primero se organizan para alzar la voz y exigir respeto para su cultura, su lengua, sus tierras y su conocimiento. Justamente, fue la sabiduría sobre plantas y hierbas, el que llevó a la hoguera a cientos de mujeres durante la época medieval y ésta nos persigue hoy con el nombre de feminicidio. A veces salir a comprar comida, estudiar o divertirse te convierte en blanco de la muerte solo por ser mujer.
Es injusto caminar por las calles con miedo y sentir la inseguridad dentro de nuestras casas. Hay maridos que asesinan a sus parejas, acosadores en el transporte público, docentes que abusan de sus alumnas, novios que chantajean como parte de las historias del día a día que sorprenden e indignan y, mañana, son borradas de la memoria colectiva.
En la actualidad persisten ideas arcaicas como: los hombres están para cuidar, celan porque les importas, quieren saben en dónde estás porque se preocupan, lo que refleja el poder histórico de ese género y que va en contra de lo que los derechos humanos femeninos.
No puede haber paz en el mundo con tantas mujeres violentadas, asesinadas, ignoradas, denigradas, condenadas y menospreciadas.
Sólo será posible el día que los hombres demuestren respeto por nuestra dignidad. El día que podamos salir a la calle sin temor a que nos ofendan, a que se burlen de nuestro cuerpo, sin que nos acosen; el día que la crianza de los hijos sea una tarea compartida y no una obligación exclusiva de las madres; el día que no haya más mujeres golpeadas en sus hogares; el día que todas reciban educación y atención médica; el día que las mujeres no tengan que hacer el doble de esfuerzo que los hombres para obtener un cargo público; el día que nazca una mujer y no digan “pobrecita, las mujeres sufren más”, para ello es momento de quitarnos los lentes de falsa felicidad que muchas llevamos puestos, de mirar a las otras mujeres como iguales, de trabajar en conjunto, de dejar de imponer estilos de vida, de reconocernos como mujeres inteligentes, bellas, fuertes y libres.
El día que ninguna mujer tenga que pedir respeto, la paz estará presente.
*Comunicóloga de la Ciudad de México, bailadora y amiga de los pinceles porque se convierten en las alas que me llevan a volar lejos del cansancio, del miedo y de la ansiedad.