La poesía que desvía el destino: Hijas de las perras negras

Uno, dos y tres, tres golpes que vienen a cerrar una herida ancestral de raza, clase y género y que este poemario grita, testimonia y venga. Tres golpes que enlazan la palabra con el valor mágico de la reiteración en la oralidad y de la relación consustancial entre el nombre y lo nombrado, así como con un mundo espiritual, donde la religión afrocaribeña exubera y se fusiona con la mitología griega y la religión cristiana. Este iconoclasta Hijas de las perras negras de Luisa Isabel García Meriño (Luisa Villa), reconocido con el VI Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya, es un ahondar en lo atávico para hacerlo presente en la palabra poética y desde ahí provocar la catarsis de la propia poeta y del lector, a través de un lenguaje que interpela a la intuición, el inconsciente y la emoción, alejándose de lo racional.

El certero prólogo de Esther Ramón nos sitúa en algunas de las líneas que vertebran este complejo poemario a partir de imágenes impactantes y metáforas audaces y deslumbrantes, exponiendo el difícil equilibrio entre la originalidad, el buen quehacer poético y la denuncia social, racial, política y de género. Hay una clara intencionalidad en la poeta en que su poesía, su palabra, trascienda para denunciar la violencia que se ejerce desde un multiforme poder:


Y con cenizas escribiré poemas
que venguen mi raza,

mi género
y mi clase.

Escribir y militar son sinónimas formas de resistencia y de activismo, y no de otro modo se debe leer Hijas de las perras negras. Su poesía escrita desde la vivencia de la violencia de una mujer negra afrocolombiana translimita su país y experiencia personal para resonar en ella conflictos contemporáneos: Chibolo, Ruanda, Palestina, Bosnia, Mali, Siria, Irak… Intento reconstruir sus ojos cuando lavo los míos / en el fondo del agua clara habita solo la guerra y su silencio, en una globalización subvertida:

Escucho al Mediterráneo:
La poesía buscará entre los ahogados, y como otra perra
lamerá sus huesos
para heredar la memoria y justificar la existencia.

Este Mediterráneo, tumba de tantos inmigrantes, como en otro tiempo otros mares lo fueron para aquellos esclavos de África transportados a América y dando lugar en El Caribe a esa cultura de divinidades yorubas que impregnan muchos de los versos. A su vez, la palabra poética repara una injusticia y perpetúa esa memoria heredada, la poeta se convierte así en portavoz de quienes ya no tienen voz: Quiero escribir mis recuerdos, / nombrar y renombrar hasta olvidarlos.

Ella es hija de esas perras negras, esas esclavas traídas de África, y, por tanto, sucesora de esa sabiduría ancestral que de mujer en mujer sortea los siglos: brujas, espiritistas, médiums, santeras. Esas ancestras hablan en su voz al formar ella parte de esa tribu, de la que teme alejarse, y escribe para despertarlas como quien toca las campanas:

Mis ancestros fueron esclavizados por la misma especie
maligna.

Nos llamaron hijas del perro negro y de la perra negra
y sacaron un decreto para golpearnos cuando asomáramos
el hocico rebelde en las puertas.

La escritura poética se presenta a lo largo del libro como un conjuro mágico, no hay lenguaje suficiente para enunciar una realidad, para esconderla, el poema es el espacio del encuentro, de la identidad:

Nuestro lenguaje acoge el mismo pájaro desplazado,
las mismas aguas revueltas de la memoria…
pero yo sepulto los huesos en el poema
y tú buscas la mejor pala para desenterrar.

En esa busca de la propia identidad, la poeta se trasviste a lo largo de los versos de diferentes animales, una animalización que ya el propio título del libro recoge para marcar ese proceso de maltrato, humillación y sometimiento de esclavos y mujeres cuya vida en no pocas ocasiones ha sido considerada en menos que la de aquellos: burros, perros, tortugas, conejos, venados, pájaros.

La poeta se busca y busca en la palabra su lugar en la historia y el lugar de su cuerpo en ella, un cuerpo que es, a la vez, el lugar del dolor. El cuerpo es un territorio colonizado que debe ser liberado, por ello El rojo representa la muerte violenta / Visto el poema de rojo, / mi eterna revuelta por el desarraigo. Los cuerpos de las mujeres violentados a lo largo de la historia hermanan una herencia (¿Quién es la dueña del llanto que heredamos?) y una genealogía de la que ella levanta acta de origen:


El grito del dolor cuando la sal salpica
nos hace reconocer quien de nosotras lleva abierta la llaga;
sin esa hemorragia salada, que deja huellas
en el camino del desierto,
sería imposible levantar
nuestra acta de origen.

Las siete partes en que se divide este poemario trazan un recorrido cronológico desde la infancia hasta el momento actual, donde el amor sanador le posibilita declararse en brujería, al tiempo, se entrelazan a partir de las referencias a unos pies (zapatos, etc…) que han de desatarse, desligarse de un peso, para poder andar y avanzar, alejarse, un camino en el que la voz de su abuela y la ayuda de otras mujeres sabias le otorgan luz, pues, a veces, es difícil permanecer de pie. La perra negra es la propia poeta, son todas las mujeres, son todas las víctimas de la violencia y esa multiplicidad voces componen un “yo” poético lúcido, transgresor.

¿Puede la poesía desviar un destino? Puede. La poesía de Luisa Villa es un sortilegio mágico, una plegaria y ritual que repara un daño, desvía el olvido de los muertos, despierta las conciencias, recuerda las voces ancestrales y su sabiduría, otorga a la negritud y la frontera un espacio en el que ser. La poesía es el don otorgado por los espíritus para que la poeta pueda descolonizar(se). Este libro no es sólo un libro, son tres golpes en el suelo para desviar un destino.

Esta obra es de la Autora: Luisa Villa. Título: Hijas de las perras negras. Editorial: El Gallo de Oro. 

TEXTO: PATRICIA CRESPO ESPAÑA