El tejido de palma como espacio identitario, de socialización política y empoderamiento femenino
Texto/Fotos: Alejandra Javiel Lomas, mujer Ngiba
PUEBLA. – A través de la hechura de petates de palma, las mujeres de Santa Inés Ahuatempan, Puebla, una comunidad Ngiba conocida como popoloca, las familias han mantenido durante siglos una profunda relación con la naturaleza y los recursos naturales de su región, además de una forma de socialización política y empoderamiento femenino.
La elaboración de los petates, suele ser una actividad que se da en el ámbito doméstico y regularmente colectiva, ya que las madres, hijas, nietas o vecinas a menudo se reúnen a tejer, lo cual se convierte en un espacio femenino en donde se vierten opiniones, se cuentan las penas, se dan consejos, se recomiendan remedios y se instruye a los más pequeños.
Cuando se unen se tejen tanto la organización de la política doméstica, como la comunitaria, junto a las palmas que las manos ngibas trabajan con maestría, se habla de política partidaria, de los candidatos y sus propuestas, de los apoyos gubernamentales y la repartición de los bienes públicos, se hacen balances, análisis de las acciones emprendidas y del recuento de las promesas electorales no cumplidas y se decide quiénes han defraudado su confianza y a quiénes se apoyará.
En el ámbito público, también es común ver a las mujeres que asisten a los diferentes eventos de la comunidad, con sus palmas en el brazo, mientras sus hábiles manos comienzan cabeceras ven como los eventos políticos, religiosos o culturales transcurren. Se les puede ver también tejiendo en las filas de espera para obtener algún servicio, recibir su pensión de adulto mayor, o pasar a la consulta médica en la clínica del pueblo.
La hechura de diversos objetos con la palma, está entre las actividades tradicionales de la comunidad. De acuerdo a las personas mayores es un trabajo sagrado, ya que la palma fue un regalo otorgado por la divinidad, el cual garantiza su sustento hasta la actualidad.
Para las mujeres y hombres de este pueblo Ngiba que, entre otras ocupaciones tejen la palma como una de las principales fuentes del sustento familiar, con ella elaboran petates que se usan para dormir, sentarse e incluso como mesa, además de utensilios domésticos, así como diversas artesanías, la venta de estos productos les permite obtener ingresos.
En Santa Inés Ahuatempan aprenden a tejer desde los siete años de edad, cuando comienzan a tomar responsabilidades mayores como labrar la tierra, acarrear agua, cuidar a los hermanos menores, así como a aprender otros oficios del hogar y del campo, según la cultura Ngiba.
“Desde niña se empieza. Aprendí a hacer petate a la edad de siete años, mi mamá me dijo que ya tenía edad para hacer cosas de gente grande. Todas comienzan a hacer petate en esos años, primero se aprende a rajar la palma, luego se hace la cabecera que es el inicio del tejido, enseguida a trenzar la palma para que el petate crezca, después se aprende a contar las cruces donde se junta la palma de acuerdo a su tamaño”, explica la abuela Cirila Lomas.
La abuela Cirila cuenta que, cuando era niña hacía tres o cuatro petates al día, pero ya mayor con una familia y con la llegada de los hijos, tuvo que apurarse a hacer más. “Tejía, tempranito hervía mis petates y los llevaba a vender, con lo que me daban compraba una maquila de maíz, mi picante, tomate rojo, tantita azúcar, café y me iba a mi casa. Rápido llegaba, subía mi nixtamal, ponía mi café, cuando ya se hacía el nixtamal lo vaciaba y me iba corriendo al molino, regresaba ponía mi comal y echaba mi tortilla, luego daba de almorzar a mis hijos y nuevamente a tejer más petates, si no, de dónde iba a salir para comer”.
Mientras teje su petate bajo un árbol, recuerda que antes se compraba mucho petate, pero siempre con un precio bajo, actualmente los precios oscilan entre los 30 a 50 pesos, los precios no han variado mucho, pero al menos alcanza para comprar un poco de maíz.
En los años recientes, por la gestión de las autoridades municipales, se logró una colaboración con el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (FONART), que envió a sus promotores a dar talleres a las y los tejedores de palma con la intención de dar un giro a la actividad del tejido que ha pasado de ser una actividad doméstica, a mirarse como una producción artesanal para la venta fuera de la comunidad y donde las figuras que resaltan son hombres, relegando a las mujeres a un segundo plano.
En aquella ocasión, la participación de los promotores, tenía como fin enseñar a las y los tejedores nuevas formas de trabajar la palma para elaborar sombreros, aretes, pulseras, carteras y cestos, entre otras artesanías.
A partir de estos talleres, las y los tejedores se han reunido para constituirse en diversas cooperativas de artesanas y artesanos, ahí han aprendido a teñir la palma con anilinas y tintes naturales, también han experimentado con la creación de objetos artesanales de ornamento. Sin embargo, esto, los ha alejado de la elaboración de objetos que históricamente se han utilizado en el ámbito doméstico como un sello identitario en su trabajo.