Un viaje entre mujeres negras para sanar y cuestionar

¿Cuántas cosas pueden atravesarnos a las mujeres negras aparte del racismo, la pobreza, la exotización de nuestros cuerpos y la violencia de género? Quizás la dignidad, la reivindicación o los encuentros. 

Coyolillo, Veracruz. – Vivir en un espacio familiar, en una comunidad rodeada de mujeres negras, personas que se parecen a ti es una forma de vida, pero poder encontrarte con otras mujeres negras de otras ciudades, países e islas de la gran diáspora africana unidas por las similitudes de nuestras vidas, toma otro significado.

¿Qué son los encuentros?, ¿Quiénes los hacen?, ¿Cómo los hacemos nuestros? la palabra encuentro es algo que me mueve y no sólo geográficamente hablando; mueve mis pensamientos, sentimientos, es algo que me atestigua recuerdos para el futuro. Recuerdo mi primer encuentro con mujeres negras en 2019, sentía una energía que me rodeaba el cuerpo, me provocaba una sonrisa que no había visto antes en mí. En ese espacio, durante las diversas clases que tuvimos, a la hora de compartir mis historias, se interponía un nudo en la garganta que tuve que vencer, para poder narrarme y encontrarme entre el llanto y la esperanza que nos hermanó. 

¿Qué pasa cuando ocurre un reencuentro? abonaré un poco para contextualizar:  En verano del 2019, al obtener la beca SUSI (Study of the U.S. Institutes) para mujeres Indígenas y Afrodescendientes, pude encontrarme con 19 mujeres de Colombia, Guatemala, Honduras, República Dominicana, Costa Rica, Nicaragua y México.

Casi cuatro años después, en el mes de marzo que volvimos a reencontrarnos, ahora en Guatemala con tres generaciones de exbecarios de este programa. De este encuentro, voy a enfocarme en las mujeres negras, en narrar los detalles de este largo viaje.

Antes, quiero que se imaginen un espacio de compañía, amor y cuestionamiento, donde discutimos todo lo que dicen de nosotras las mujeres negras: que nuestro cabello es feo, que nuestro color de piel no es bonito, que nuestras trenzas son una mala imagen para la empresa, que ciertos colores de ropa no van con nuestro color de piel, que no usemos labial rojo, que no usemos blush y un sin fin de recomendaciones y críticas que obviamente no pedimos. 

Mi viaje al encuentro ocurrió el sábado 04 de marzo, una vez más, en el aeropuerto de la Ciudad de México, recordando escaleras, pasillos y dinámicas de espera para abordar el avión. Tenía nervios, miedo, lindos recuerdos, preguntas y muchas ganas de vivir este reencuentro.

Compré dólares para luego convertirlos en quetzales, desayuné una sopa azteca, escuché una playlist de Spotify de Jazz y Blues. Observaba gente como yo transitando sobre los pasillos del aeropuerto, aunque sólo quería estar presente para mí y bloquear otros sonidos. Así que, trate de tener concentrarme, tomar agua, cuidar mis maletas y estar pendiente del reloj. Pero, enseguida me desconcentraron unas voces al preguntarme si hablaba español. 

Volar a un lugar no pensado para mí, por ser negra, impensable por ser pobre, pero la realidad es que, gracias a las luchas de otras mujeres negras, batallas ganadas contra mí misma, contra el racismo y contra los sistemas opresores. Hoy varias mujeres negras ocupamos espacios, porque así lo deseamos y porque tenemos muchas cosas que decir al mundo. 

Regresando a mi viaje. Ya era las 2:00 de la tarde, estaba a medio vuelo, viendo una película dominicana “Carajita” de Silvina Schnicer y Ulises Porra. En la película muere una chica negra, es atropellada en medio de una noche lluviosa, la madre se siente perdida al saber que su hija murió, el acompañamiento de la familia en el funeral, los cantos, el llanto. Entonces, pensé en las formas de apoyo y maneras en que despedimos a nuestros muertos en mi pueblo, recordé la muerte de aquella mujer negra de 75 años que amaba ir al campo y que hace poco murió allá, entre la naturaleza y en su despedida hubo mucha compañía. 

Llegue a la Ciudad de Guatemala, estaba en un rincón del aeropuerto La Aurora, colgada del wifi para turistas, estaba descargando Uber, agregando mis datos bancarios a la app y pensando en la palabra encuentro y reencuentro. En los ocho minutos de espera, en lo que el cochecito de la app avanzaba, me surgían varias preguntas: ¿Por qué nos encontramos?, ¿Cómo nos reconectamos?, ¿Cómo empezamos?, ¿Qué compartimos y cómo lo compartimos?… 

En un abrir y cerrar de ojos ya estaba comiendo en una plaza de Guatemala, en compañía de Helena procedente de Colombia. Hablábamos de nuestros trabajos, de nuestras relaciones, del amor afrocentrado, del amor interracial y de las desventajas sociales de las mujeres negras, de las desigualdades salariales y de las celebraciones a los logros de los hombres en el ámbito laboral. 

Por la noche llegó Roberkys y Lucila de la República Dominicana. Hay una historia en Instagram de cómo nos abrazamos después de casi cuatro años de no estar juntitas. Ya que estábamos las cuatro, no sabíamos cómo poner orden a todas las ideas que queríamos compartir, ya eran casi las 2:00 de la madrugada y teníamos que dormir, porque nos esperaba un largo viaje a San Juan La Laguna. 

Conocernos entre mujeres negras es algo maravilloso, compartir nuestros conflictos de raza y género es algo que te dice que no estás sola, es algo que te da seguridad y te deja una sabiduría, que poco a poco vas descubriendo. Atentas nos escuchábamos unas a otras, cada historia de dolor o de alegría nos tenía atrapadas. Entre nuestros acentos, risas, nudos en la garganta y demás; así fuimos dimensionando un poco de nuestras vidas en estos cuatro años de madurez y de diversos cambios. 

Gracias a nuestros esfuerzos y estrategias pudimos llegar una semana antes del encuentro. Pudimos subir una montaña, cruzar un lago en lancha, comer tranquilamente, pedir raite, conocer a Katy _una niña del pueblo que nos pidió una foto_, escuchar rap bilingüe, descansar, pausar y luego volver a empezar. 

Entonces una semana después ya estábamos de vuelta en Ciudad Guatemala, haciendo check-in en el hotel y abrazándonos con gran alegría a los demás jóvenes de nuestra generación. Así hasta que llenamos el salón en donde fue la bienvenida, entonces ahí estábamos 130 jóvenes latinos, conociendo un poco de la cultura y el territorio Maya. Hubo mesas de trabajo, múltiples conservatorios, en donde se habló de educación, políticas públicas, emprendimiento de mujeres negras, liderazgos, desempleo, de la conservación de la lengua materna, del acoso hacia las mujeres en las universidades. 

Conocimos a Dorotea Gómez, una mujer Maya K’che’, escucharla fue algo extraordinario. Conocer su historia, su voz, su belleza, sus luchas. Ahí estaba el encuentro y reencuentro, en su lucidez y en sus posturas. Pero el encuentro y reencuentro también estaba en nuestros cabellos, en nuestros cuerpos, en nuestras sonrisas, en nuestra mirada de lucha y en nuestro caminar. 

De regreso, rumbo a mi casa sentía que todo había pasado muy rápido. Iba pensando en mi realidad, en mi historia de identidad, en las formas que va tomando la visibilidad afro: en las mujeres de mi comunidad, en mi colectivo y en los proyectos comunitarios con los que quiero continuar.

Pensaba en todo lo que estaba albergando mi mente, me sentía mareada, pero los pensamientos no paraban. Sentía que regresaba con más sabiduría.

Texto: Daniela López