Sororidad y acompañamiento, el único consuelo ante feminicidios en comunidades indígenas

Texto/Fotos: Angélica Telles Rojas

Estado de México. – Cuando ocurre un feminicidio en una comunidad indígena no queda más que el acompañamiento y sororidad entre las mujeres, porque las instituciones son omisas ante los hechos, eso ocurrió con la muerte de Moyita, en la comunidad de El Quinte en Chapa de Mota, en el Estado de México.

Nadie pensaba que Nemoría Martínez conocida como Moyita terminaría con la cabeza expuesta y sin servicio médico, porque no hay hospital de segundo nivel ni en Jilotepec que se encuentra a una distancia aproximada de 40 kilómetros de su comunidad y a 70 kilómetros de la capital de Toluca.

Cuando el hecho alcanzó a Nemoría, sus familiares tuvieron que esperar cuatro días para que le atendieran dignamente en el centro de salud de Toluca. La espera se debió a la falta de dinero, pero también por la distancia de una unidad médica.

Aunque nunca se hizo una investigación para determinar las causas de su muerte. Se desconoce a ciencia cierta, si esto se debió a un accidente, violencia u otro suceso. Este caso es uno de tantos que ocurren y que se viven en las zonas rurales e indígenas en el Estado de México, en donde impera la impunidad institucional.

Según el reporte del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) sobre los índices de violencia contra las mujeres, señala que a nivel nacional se cometieron 60 feminicidios de enero a abril de 2023, siendo el Estado de México la entidad con mayor incidencia.

El día que enterraron el cuerpo de Moyita, en el Quinte, una comunidad otomí, la continua lluvia que cayó durante el transcurso del día, no paró ni cuando todos los dolientes escucharon la misa de cuerpo presente y dieron su último adiós a una mujer valiente, ágil y trabajadora.

Ese día, se mantuvo nublado y con constante lluvia, la triste inundaba a las mujeres de la comunidad de El Quinte en Chapa de Mota. Al igual que ellas, los famélicos animales que estaban en la carretera eran testigos del séquito.

La noticia de la muerte de Nemoría Martínez, había caído como cubo de agua helada entre los habitantes de la comunidad y un poco más lejos, en Tula y la Ciudad de México.

Aunque había tristeza en el rostro de los asistentes y en especial la de su madre y hermanas, no dejaban de cuestionar sobre su muerte. Las vecinas se preguntaban: ¿Cómo que se murió Moyita?, entre suposiciones, susurraban “pues que se resbaló en el baño” y “tenía fracturada el cráneo”.

Mientras que las y los dolientes seguían la misa de cuerpo presente que se había realizado en el patio de su casa, algunas de los asistentes vecinos y parientes se organizaron a cargar la caja de pino forrada por dentro con popelina blanca, por fuera con forro de peluche gris ribeteada con festones de listón blancas, encima del féretro había alcatraces, rosas de castilla y otras flores cortadas de las casas de los vecinos del pueblo.

El ambiente imperante de esa tarde estaba lleno de nubes grises con lluvia ligera pero constante, los lastimeros aullidos de los perros y las lágrimas de los familiares y amigos que lamentaban la pérdida de una gran mujer.

El cortejo fúnebre iba a paso lento por la carretera rumbo al panteón, una vez que llegaron y ya en la fosa aumento la lluvia que estaba cayendo, sin dudarlo los encargados de sepultarla la depositaron en el vacío donde quedaría por la eternidad, al igual que la incertidumbre de lo que ha causado su fallecimiento.

Sus ojos azules como el mar, cabello pelirrojo y su piel blanca serán recordados al igual que el bien que ha hecho a la comunidad. Cuando en vida, visitaban a Moyita no se iban con las manos vacías, ni con un taco del guisado que siempre había en la cazuela, además de las tortillas hechas a mano. Recordaban que, Moyita fue vendedora de queso, miel, crema y cuando los vecinos no tenían dinero para pagarle, les fiaba.

Además, Moyita siempre hacía un espacio para dar un consejo a quien se lo pidiera, sobre todo a las mujeres, esa era una de las tantas bondades que tenía Moyita, también criaba gallinas, vacas, cerdos y aves. Por las mañanas, antes del alba iba a raspar los magueyes para sacar el aguamiel que en el transcurso del día se fermenta para el pulque. Y luego, con la venta del pulque, los huevos y el queso, aportaba parte del sustento para su familia.

Las vecinas de El Quinte, recuerdan que Moyita siempre llevaba inmaculado su cabello largo peinado en trenza, su ropa y delantal, cuando su ropa ya tenía tiempo de uso, se veían parches de otra tela cocidos a mano, porque no había una máquina para coser.

Moyita era afectuosa, siempre dispuesta a ayudar a quien lo necesitaba, risueña, una sonrisa que conquistaba a primera vista, siempre que llegaba alguien a su casa, le invitaba un vaso de agua o un jarro de pulque.

Aquel día del entierro, eran las mujeres quienes recordaban las acciones de Nemoría y pedían justicia, pero en susurros, porque ninguna institución planteó alguna investigación, ni las autoridades locales.

En el estado de México no se tiene una cifra aproximada de cuantos casos de violencia en el hogar terminan con la muerte de las mujeres y por tanto, tampoco se tiene estadísticas exactas de los feminicidios, menos de mujeres indígenas. En una búsqueda, no se encontró con un padrón de feminicidios de mujeres en zonas rurales o indígenas en el estado.